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Coral de la Senda - Ciudad de Buenos Aires - Argentina

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¡¡Colabore!!

<H3>¡¡Colabore!!</H3>

¡¡Vamos, amigo, no sea tímido!!

Si cree que tiene algún texto o ensayo interesante sobre la actividad coral, y le gustaría que lo incluyéramos en nuestra página, envíenoslo a Coral de la Senda


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El director

<H3>El director</H3>

Esteban Roldán

La relevante importancia de las contraltos en el desarrollo de la música universal

<H3>La relevante importancia de las contraltos en el desarrollo de la música universal</H3>

(Extraído de la 440, revista de ADICORA)

Por María Luz Piriz, contralto, la peor de todas
Actualmente integrante del Coro Universitario de Puerto Madryn,
Dirigido por el paciente maestro Alejandro Daniel Garavano

De los muchos textos que se han escrito sobre historia de la música, quizás el más acertado de todos es el del famoso musicólogo y antropólogo alemán Prof. Helmuth Anthe, a quien tuve oportunidad de conocer personalmente.

“Si buscáramos el origen de la música vocal –diría el Prof. Helmuth Anthe- deberíamos remontarnos al origen mismo del hombre”. “Y de la mujer”, acotó rápidamente la esposa de Helmuth Anthe. Esta famosa frase –si me permiten la digresión- inspiró a este musicólogo alemán para componer la famosa sinfonía para orquesta de señoritas y coro de voces femeninas “Ya, meines lieber, wie du es sagst”. Es decir, “Si, querida, como tú digas”. Pero volviendo al tema, desde que el hombre y la mujer existen, existe la música vocal. Sin embargo, el antecedente más antiguo que pudimos encontrar se remite a la Antigua Grecia.

Es sabido que pueblos más antiguos cultivaban la música coral. A ellos suele hacer referencia nuestro director, ya que cuando, por quinta vez las contraltos preguntamos desesperadas: “¿cómo hacemos para agarrar la nota y saber exactamente dónde entrar?”, el maestro nos contesta: “Haced como los arameos”. Expresión que en otros directores se transforma en “Haced como los filisteos” o “Haced como los hebreos”. Pero la música como tal, con ese sitio tan especial dentro de la cultura, es –indudablemente- un invento griego. Sin ir más lejos, la palabra “música” es de origen griego y significa “arte de las musas”, que eran nueve: Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Terpsicore, Talia y Urana.

Posteriormente los romanos agregaron una décima musa, una musa menor, la muzzarella. Que además de ser un queso cantando, representaba a aquella que siempre se olvidaba la letra y por eso se quedaba muzarella. Actualmente esa técnica se conoce como “Boca Chiusa” y es lo que hacemos siempre las contraltos cuando nos olvidamos la letra y anche la música, justo en esos tres únicos compases en los que tenemos la melodía.

Los grandes filósofos griegos eran los formadores de opinión en el pueblo, ya que todavía no se había inventado la televisión y Mariano Grondona no andaba explicando el significado de las palabras griegas. Estos grandes pensadores desconfiaban del virtuosismo de los profesionales músicos ya que decían que sobre-estimulaban al pueblo, llevándolo a excesos de conducta como grandes libaciones y opíparas orgías gástricas. En fin, fiestas dionisíacas o báquicas. Cosas que se confirma en los encuentros corales modernos.

Lo que no podemos negar es que la música coral es el mejor vehículo para el intercambio cultural entre los pueblos. Si me permiten aludir a mi experiencia personal, ha sido gracias a los encuentros corales que he podido tomar contacto con manifestaciones de la cultura latinoamericana que nunca olvidaré, como el pisco soeur en Chile, la caipirinha en Brasil, el mojito en Cuba, tequila con sal y limón en México, vino tinto en Argentina y lo que unifica todos nuestros lenguajes: la cerveza.

Hay que reconocer entonces que algo de razón tenían los griegos cuando temían las consecuencias de la música popular y preferían alentar las expresiones de música culta. Tendencia ésta, acentuada con el desarrollo y expansión de la cultura judeo-cristiana que limitaba la música a manifestaciones religiosas desalentando el canto popular o folklórico. El ya mencionado musicólogo Helmuth Anthe considera que ésta ha sido la causa por la cual se demoró tantos siglos en conocerse la chacarera y, por la misma razón, “Los Carabajal”, a pesar de ser tantos, recién alcanzan la fama a fines del siglo XX. Pero quisiera detenerme en la Edad media, que es lo que más nos interesa a las contraltos.

En esa época, la música –especialmente la coral- era concebida solamente para comunicarse con Dios. Hacia fines del primer milenio era la época de oro del Canto Gregoriano y era impensable que las mujeres cantaran en público. Incluso había intervalos musicales que no podían cantarse, como el de cuarta aumentada o tritono. Por ejemplo, el intervalo fa-si se consideraba como “diabolus in musica’ y se lo evitaba a toda costa. Cosa que seguimos haciendo las contraltos a pesar de los denodados esfuerzos de los pobres directores ya que a gatas le damos un fa-si bemol, y no nos pidan más. De ahí para arriba que se hagan cargo las sopranos, que para eso tienen siempre la melodía.

En la Edad Media, entonces, el canto considerado como una manifestación sublime, estaba reservado en principio a las voces masculinas. Pero parece ser que surge entonces la obvia relación: cuanto más agudo se canta, más se acerca uno al cielo. Dice el Prof. Helmuth Anthe, y no me animaría a desmentirlo, que los religiosos, preocupados por la continuidad de la raza humana, decidieron dejar de producir “eunucos” y apelaron finalmente a las mujeres para las notas agudas del canto religioso. Obviamente algunas no lograban un registro tan alto, pero para no ser excluidas desarrollaron una línea musical propia, sólo parecida a la melodía, tornándola por momentos irreconocible y que sin embargo sonaba en armonía con las voces más agudas. ¡Dios había inventado las contraltos!

El problema surgió cuando la Inquisición descubrió que había mujeres que cantaban superpuestas con los hombres... Lo que quiero decir es que había mujeres que cantaban justo encima de los hombres... En fin, que cantaban notas que ellos creían privativas de los hombres. Los Inquisidores reaccionaron inmediatamente acusando a estas mujeres de herejía y las mandaron a la hoguera como brujas. Esta mortandad masiva puso a las contraltos en peligro de extinción. Afortunadamente sobrevivieron suficientes ejemplares, refugiados vaya uno a saber en qué generoso monasterio, como para lograr la propagación de la especie una vez terminada la Inquisición.

Y pasamos al Renacimiento, época que toma este nombre, no del renacer de las artes y las ciencias como dicen muchos, sino de la vuelta a la vida, renaciendo de sus cenizas, de las contraltos. Lo demás es historia moderna, y el canto a cuatro voces, ya muchas voces más se hizo presente a lo largo de las distintas corrientes musicales. Desde entonces, los coros mixtos siempre cuentan con una cuerda de contraltos. Por eso, ADELANTE MUCHACHAS!!!!, lleven ese cargo con orgullo.

Yo sé que rara vez tenemos la melodía. Nunca el público sale tarareando nuestra parte. Que les gustaría ser sopranos. Pero permítanme decirles en confianza, entre nosotras: cuando estén a solas, en la ducha, no insistan en cantar escalas cada vez más altas. Asuman su condición de contraltos. Practiquen el intervalo fa-si, y si es posible, deténganse en un fa sostenido, háganlo propio, conviértanlo en el grito de guerra de la cuerda, aunque sobre él vean escrito un pianissimo. Yo les puedo asegurar que no es tan grave. Mi propia experiencia lo demuestra: Me han echado excelentes directores.

Cuando todavía no distinguía entre una corche y una clave de sol, en ese estado de inconsciencia total, entré al coro del maestro Antonio Russo. A pesar de mi ignorancia musical me aceptó e inmediatamente me dio una fotocopia así de gorda de una obra completa de Bach, un casete y me digo: “Tiene un mes para aprender su parte de memoria”. ¡¡Un mes!!. Eso fue exactamente lo que duré en el coro del maestro Antonio Russo. Después fue Carlos López Puccio. Más comprensivo, me escuchó cantar y dijo: “Puede ser, buena afinación, excelente memoria musical, necesito tenores, quedate”. Pobre Carlos, ¡qué coro!. Yo era el mejor tenor que tenía. Un año me aguantó. De su paciencia y mi tesón al menos nació una amistad que aún conservo. Recuerdo aquel día que me habló como un hermano: “María Luz, no podés seguir cantando de tenor” y me explicó lo más elegantemente posible cuál era la diferencia fundamental entre los tenores y yo. Y fue gracias a reconocer esa maravillosa diferencia que años más tarde nacieron mis dos hijos. Pero por las dudas me casé con un bajo.

Y así ha transcurrido mi carrera coral, cantando sin claudicar en esa estoica cuerda. Pero hay algo peor, coreutas, hay algo mucho más aburrido y sufrido que a las contraltos nos sirve de consuelo: integrar la cuerda de los bajos. Pero eso será tema de otro artículo (si mi marido me deja).

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Coral de la Senda

Coral de la Senda

Coral de la Senda

¿Porqué existe gente desentonada?

<H3>¿Porqué existe gente desentonada?</H3>

Excelente artículo sobre uno de los temas que más preocupan a los directores de coro y maestros de canto.


¿Porqué existe gente desentonada?


por Carlos Castro
Artículo reproducido con la autorización del autor


Este trabajo no pretende plantear materiales definitorios, sino tal vez abrir puertas que permitan introducir al estudio de ciertas causas que llegan a manifestarse en la atrofia del oído expresivo en las personas. Concretamente a preguntarnos muy seriamente: ¿Por qué existe gente desentonada?. En esta fundamentación he decidido exponer aquellas conclusiones que ordenaron mi manera de conducirme en la Educación Musical durante treinta y ocho años y que se ha hecho carne dentro del material que permanentemente aclaro, reacomodo, reafirmo, traspaso, busco y difundo entre mis alumnos de diferentes especialidades artísticas, educativas y musicales. Sabemos que todos los seres vivientes reaccionan al estímulo sonoro. Desde el amanecer de la vida, las criaturas vivientes han tenido sensibilidad a la luz, al tacto y a la presencia del alimento, pero no tuvieron oído por mucho tiempo. Sentían la presión, las corrientes y la dirección del agua con la ayuda de un órgano que controlaba el sentido del equilibrio. Los peces desarrollaron la “línea media”; una línea sensible a ambos lados del cuerpo con la cual pudieron responder al movimiento del agua con sutileza cada vez mayor. La reacción a la luz se desarrolló en el ojo.
El oído como tal no se hizo una necesidad hasta el momento en que unos peces curiosos dejaron su hogar acuático para explorar la tierra seca. La causa puede haber sido encontrar un lugar seguro en donde depositar sus huevos, o la retirada de las aguas o simplemente el deseo de ascender a la luz. Lo que sea que haya sido fue de importancia universal. Al no sentirse la presión del agua, se necesitó un órgano para percibir la presión del aire. El órgano del equilibrio fue entonces un par de canales semicirculares compartido con la mayoría de los animales. Por un proceso de evolución no aclarado, la línea media del pez se le insertó y este nuevo órgano comenzó a detectar las vibraciones del aire.
El oído apareció relativamente tarde en la escala de la evolución; de hecho, fue el último de los cinco sentidos que se desarrolló. En este momento ya existía el cerebro rudimentario que permitía una percepción primitiva. Desde un principio el oído quedó ligado profundamente a nuestros estados emocionales: al miedo, al placer, a la búsqueda y a la huida. Aquí fue donde el oído comenzó a realizar la mayoría de las funciones de la antigua línea media del pez: guiar, informar y advertir de la presencia de los otros.
Toda la materia —ya sea animada o inanimada— implica vibraciones de toda clase y velocidad. Estamos sumergidos en estas vibraciones. El sonido empieza en el registro inferior del espectro. Un gran órgano de iglesia en su do más bajo vibra a quince ciclos por segundo. A partir de allí y descendiendo es cuando comenzamos a no poder distinguir cada sonido por separado. Podemos comprender así que el tono no es más que una aceleración del ritmo.
En la orquesta sinfónica tradicional, la nota más baja es el la0 de la tecla extrema izquierda del piano, la cual vibra a 27,5 Hz (hercios o ciclos por segundo).
Por debajo del do0 (16,5 hercios o ciclos por segundo) nuestro oído pierde la capacidad de reconocer las alturas, que empiezan a oírse como una rápida sucesión de golpeteos. El oído humano puede distinguir más o menos hasta dieciséis mil ciclos por segundo. La luz tiene lugar aproximadamente en el centro de este espectro de vibraciones y más arriba las ondas son tan rápidas que pasan por la materia como sí no estuvieran allí. Es de juzgar que a pesar de ello debemos sentirlas y reaccionar a ellas inconscientemente. También somos sensibles a vibraciones más bajas, por debajo del nivel del sonido audible.
Nuestro cerebro pulsa en ondas que hoy llamamos ritmos alfa, beta y delta. Estas ondas varían de uno a dos ciclos y hasta más de veinte por segundo. Reconocemos además el ciclo del día y de la noche, de las fases de la luna y las estaciones del año. Nuestro cuerpo reacciona a estos ciclos con sus propios ciclos de sueño y diferentes estados emocionales.
Somos también afectados por el ciclo de las manchas solares, más o menos cada once años, que a su vez intervienen en los terremotos, en el desprendimiento de los grandes témpanos de hielo y en los cambios de clima. La música es la forma humana de expresión que nos mantiene en contacto con este mundo vibrátil tanto por fuera como por dentro y es el oído la herramienta para ello. Nuestro oído es un instrumento muy exigente, registra los ruidos hasta cuando dormimos. Separa lo importante de lo indeseable y lo inteligible de lo casual.
La música nos ayuda a los hombres a pensar por comparación, por analogía y por el refinamiento de la memoria. El grito de un niño recién nacido afirma su nueva independencia y es un saludo alegre y una despedida pesarosa. Sus pulmones reconocen el nuevo reino del aire, pero él recuerda el calor, la seguridad y los sonidos del vientre acuático, porque aún allí atendía a las voces, los ritmos y la música; pero sobre todo recuerda los latidos del corazón de su madre. Este ritmo une a la criatura en desarrollo con su madre y permanece preso como su identidad, siente su pérdida y tiene que reemplazarlo con otros sonidos, especialmente los de su propia voz, porque el sonido y el ritmo son comunicación. Oímos mucho antes de poder ver.
Para el hombre, la música es un cabo salvavidas que lo une con los demás y una melodía muchas veces es más significativa que las palabras. El hombre no inventa, solo observa, descubre, analiza, repite y reacomoda. Así confronta los signos y claves del mundo que lo rodea y luego hace de ello algo nuevo. En la música, esos signos y claves junto con la voz, vienen de adentro y esto debe de ser observado con un ojo interior. Esas misteriosas vibraciones de la música, nos permiten comunicarnos instantáneamente y compartir nuestros sentimientos con los que nos rodean a través de su propia gramática y estructura que corresponde a nuestra propia manera de sentir y pensar.

Las viejas tonadas tribales han constituido y constituyen la música de la vida del hombre y aún así dentro del cerebro, la naturaleza con precisión, adaptabilidad y selectividad maravillosa, ha separado la música del discurso.
Según los estudios de los científicos dedicados a estas disciplinas, el canto parece tener más o menos medio millón de años, mientras que la palabra tiene ochenta mil. Cuando los puros gestos y los sonidos no fueron ya suficientemente específicos, se necesitó una solución práctica para permitir la comunicación oral.
Creo firmemente que la música precedió al lenguaje en la evolución del hombre. La música y el discurso no son lo mismo. Las palabras se refieren a cosas, a acciones y nos ayudan a enfrentarnos con el mundo real. La música se refiere a otra realidad, a nuestro ser interior, a algo que está más allá de la supervivencia inmediata.
Podemos moldear a la música como ella nos moldea y nos conmueve más hondamente que las palabras. Es también una matemática audible porque expone todas esas verdades cósmicas y eternas que expresan las proporciones y las velocidades. Es el lugar de cita de lo tangible con lo intangible y aunque todos nos manifestamos musicalmente, no es un lenguaje universal puesto que cada pueblo sobre la tierra, fija los códigos de aquello que entenderá por música. Las verdades que revela son inmutables y valen para todas las formas de vida dondequiera que se encuentren y a diferencia de las palabras que pueden extraviarse, la música jamás miente, porque por sobre todas las cosas y como punto de partida de todo lo humano, es la celebración de la vida.
La tolerancia y la comprensión deben de ser los productos secundarios de todo arte. La belleza y la verdad cuando se combinan con la música, pueden llevar al reconocimiento de nuestro propio ser y al de los demás y traer el equilibrio a nuestra vida y a nuestra propia civilización.
El instrumento primigenio en la expresión musical del hombre es la voz. La voz humana es nuestro medio básico de expresión, la forma interior y exterior de comunicación. La usamos en los cantos porque es la forma inmediata y precisa de formular, dar a conocer nuestras emociones y pensamientos para nosotros y para los demás. Podríamos llegar a decir que la voz y el canto son la definición de la especie humana.
Sin querer reducir la música a una ecuación, hoy sabemos que el lado derecho del cerebro controla el lado izquierdo del cuerpo y viceversa. Sabemos que las dos mitades del cerebro juegan papeles distintos con relación a la música. Es importante saber que el tono, la melodía y el ritmo, primero son captados en el lado derecho del cerebro y allí se capta también nuestra vida emocional. Las funciones principales de la mitad izquierda son las de descifrar y analizar. Allí se concentran las matemáticas y la ciencia, así como el lenguaje y el sentido. Para aclarar este punto, basta cantar una sencilla melodía: si se pudiera eliminar el lado izquierdo del cerebro uno se consternaría al descubrir que podría entonar las notas pero no las palabras. Es más, no se podría emitir ninguna palabra. Si al contrario, elimináramos la otra mitad, podríamos ser capaces de decir las palabras pero no podríamos llevar la melodía. El complemento solo se obtiene cuando se combinan el lado derecho del cerebro con el izquierdo, al unísono uno con el otro.
Toda esta información nos induce a pensar que la comunicación y expresión musical son una forma natural de exteriorización del hombre y por ende que todos los hombres estamos “diseñados” para manifestarnos musicalmente.
Reconocemos a través de todo lo dicho, que los elementos son de tipo receptivos (escuchar), reflexivos (recordar y organizar) y expresivos (emitir). Aceptamos también que todo el reino animal responde y reacciona ante el fenómeno sonoro; que el canto es la más primitiva forma de expresión musical en el hombre. Que todos los pueblos “primitivos” se manifiestan musicalmente en comunidad, tribalmente y que la música para ellos es un acto más de la vida misma con sus connotaciones mágico-afectivas. Que el área cerebral en donde se encuentran los centros que gobiernan la expresión rítmico-musical, se halla en el lado derecho del cerebro, que es aquel en donde nos encontramos con los instintos, los afectos y las emociones del hombre y que las afecciones en los centros cerebrales que gobiernan las manifestaciones musicales, son de un porcentaje mínimo dentro de la población mundial.
Si esto es así, ¿por qué existen entonces hombres que exhiben problemas expresivo-musicales y se muestran cerrados con respecto a la música?
El trabajo durante muchos años en la reeducación de desentonados me sirvió para ahondar en este problema con profundidad y poder reconocer en la mayoría de los casos tratados, que los conflictos habían sido motivados por incidentes exteriores que al acaecer en el período de la niñez de esas personas, provocaron problemas emocionales por demás de sutiles que terminaron transformándose en traumas en la etapa adulta, cortando así las posibilidades de expresarse musicalmente. Concretamente, en la mayoría de los casos la respuesta ante la indagación era ésta: “La maestra de música me sacó del coro de la escuela porque me dijo que yo cantaba mal”.
El trabajo de reeducación era lento pero seguro. Desentrañadas las causales de la negativa a expresarse musicalmente, comenzábamos a “desoxidar” el complejo aparato del oído receptivo-reflexivo-expresivo del “paciente”. Concretamente a derribar barreras y a re-entrenar.
Siempre tuve conciencia que aquellas personas con este tipo de problemas sufrían más intensamente que otras determinadas contrariedades que pudieran sucederles, lo que me llevó a pensar que los seres humanos que no podían manifestarse musicalmente de la manera que fuera y lo sentían como una necesidad, era como si estuvieran discapacitados en algo más que importante: el afecto.


El oído expresivo y el niño

De mi experiencia en el trabajo con niños pude extraer conceptos que me sirvieron para corregir e iniciar a los mismos en el canto colectivo. El oído expresivo del niño puede estar impedido por causas tales como:

1) diferentes patologías del oído receptivo
Muchas familias ignoran diversos estados de sordera que se suscitan en el niño en su más corta edad y estas causas acarrean el inconveniente de no poder reproducir toda la gama de sonidos que escucha. La forma más clara de detectar problemas auditivos es prestando suma atención en la actitud infantil, la cual tiende a hacerlo inclinar la cabeza del lado que mejor puede recibir los sonidos. Detectado el caso, lo conveniente es comunicarlo al grupo familiar y derivarlo a un profesional.

2) mala iniciación musical desde la cuna
Sabemos que son la madre y el grupo familiar, los que desarrollan en el niño, desde antes de la cuna, la capacidad de comunicarse cantando. Todos los seres humanos nacemos con una dosis equilibrada de condiciones musicales. Algunos, genéticamente mejor predispuestos, presentan un mayor cúmulo de estas condiciones y son aquellos que necesitarán un menor trabajo en su educación musical (recordemos al sinnúmero de personas que pueden manifestarse musicalmente “de oído”, como comúnmente se dice y tienen capacidad para interpretar diversos instrumentos, cantar y efectuar proezas que muchas personas dedicadas al estudio académico y programático de la música tal vez nunca podrán realizar). Sin embargo, si un niño no es desarrollado musicalmente por la madre (su primera maestra de música) a través de canciones infantiles, de cuna, juegos rítmicos, etc, y apoyado por un musical entorno familiar, presentará problemas en el logro de su integración, participación y concreción correcta del canto colectivo e individual en etapas posteriores.

3) otros problemas
Se presentan cuando en los jardines de infantes, los maestros de música exigen de los pequeños la entonación de canciones que no corresponden al registro normal de su edad cronológica, teniendo en cuenta que además muchos de ellos no han tenido la evolución suficiente como para manejar y comprender la mecánica de la voz hablada-voz cantada. Pero no termina allí la cosa. Como dicen las leyes de la foniatría: “una persona nace con la voz que va a tener”; generalmente se da el caso de niños y niñas destinados a ser “barítonos-bajos” o “contraltos” que por no poder alcanzar los registros en los cuales les imponen cantar (generalmente registros medios y agudos) nunca pueden “localizar” los sonidos que escuchan y emitirlos correctamente.

Todo esto trae aparejado que en algunos niños, el canto se convierta en una melodía monocorde parecida a un hablar totalmente privado de expresión. Si el maestro de música o el de jardín de infantes no conoce, no valora o no comprende estos problemas que se presentan en la educación musical y no procede a darles solución, esos niños irán desarrollando una experiencia traumática, ya que se sentirán inseguros y por ende rechazados.
Sus mismos compañeros buscarán de burlarse cuando les escuchan cantar y otros no querrán permanecer a su lado durante las clases de música y en muchas oportunidades el rechazo les llegará de sus propios maestros, quienes manifestarán a viva voz que traten de no cantar porque desafinan y arruinan el trabajo del aula. Esta experiencia tan penosa podrá desembocar en el futuro en un bloqueo total del oído expresivo.
Muchas veces tropecé con adolescentes y adultos que me manifestaron su oposición a cantar. “Y sin embargo a mí la música me gusta mucho”.
Todos recordaban a una maestra o maestro de música que les había segregado de sus clases por ser desentonados. Tal es el resentimiento que puede crearse, que alguien me confesó en una oportunidad: “¡Como la odio! Me quitó la pandereta que yo tocaba y me sacó del coro porque me dijo que era desafinado”.
Esa persona tenía entonces treinta y un años de edad y era absolutamente cerrado al canto. Evidentemente el odio tenía que ver con el haberse visto obligado a privarse de establecer comunicación con los demás a través de la música. Sin embargo, no termina aquí la cosa. Muchas veces noté que algunos alumnos que participaban activamente de mis clases, comenzaban a retraerse, a no cantar y a no manifestarse rítmica y corporalmente en la música.
Sometiendo esos niños a investigación de común acuerdo con sus maestros de grado, pude detectar a través del canto como influían en modo sumo los problemas familiares, casos que configuraban un sinnúmero de situaciones que significaban problemas emocionales graves.
Allí comencé a percibir que este tipo de factores incidían en el oído expresivo de las personas y que si estas circunstancias no tenían vías de solución podían dejar aislada a una criatura del mundo musical. Mejor dicho y más claramente, de la facultad de expresarse musicalmente a través del canto. A partir de allí el rubro de otros problemas se me comenzó a trastocar en problemas emocionales.


El oído expresivo y los adultos


Desde que me inicié en la carrera docente, mis profesores manifestaron notar en mi una aguda intuición; intuición que se fue acrecentando por el estudio, la intensa practica de la enseñanza en jardines de infantes, escuelas primarias, colegios secundarios, institutos de profesorado, la universidad y las sesiones con mi psicoterapeuta.
Este tipo de manejo psicológico rudimentario fue el que hizo que descubriera situaciones especiales en sujetos de diferentes extracciones y pudiera llegar a determinadas conclusiones.
Todo este interés por los problemas expresivo-musicales posiblemente tuvo su origen cuando tomé en cuenta que en mi el comunicarme a través del canto era una cosa tan natural como hablar y que de esa misma manera lo entendía la mayoría de los miembros de mi familia materna. Todos cantaban y disfrutaban de la música y las reuniones familiares eran una verdadera fiesta. ¿Cómo podía existir alguien que no pudiera hacerlo?.
Esto me llevó a pensar muchas veces en la posibilidad de trabajar en la ¿educación? ¿reeducación? ¿entrenamiento? ¿reentrenamiento? de desentonados y así lo hice, con sentido investigativo primero; casi como una cruzada después. Si yo había disfrutado y disfrutaba tanto con el canto ¿Por qué no podían hacerlo los demás?
Los hechos que expondré aquí no sé si configuran de por si la cantidad necesaria como para fundamentar una teoría, pero creo que servirán para poder manejar ciertas premisas en lo que se refiere a la “atrofia” del oído expresivo en algunos adultos.
Estos son los casos más significativos con que me tropecé en todo este período en que me dediqué a esta actividad en la faz privada.


Caso A

Un día llegó hasta mi domicilio un joven de unos dieciocho años, quien siendo un buen instrumentista de piano, había sido aplazado en una signatura de sus estudios superiores de música por no poder cantar con entonación correcta. Debo aclarar que quien primero hizo el contacto conmigo fue su mamá, que trató el precio de mis clases y ponderó en grado sumo las condiciones de su hijo.
Cuando conocí a mi “caso A” en cuestión me llevé ciertas sorpresas. Pese a ser un muchacho bien plantado y bien parecido, su desaliño era por demás de evidente. Siendo que había decidido ponerse en mis manos, debí constantemente rebatir la omnipotencia que demostraba en plantear argumentos de superioridad y conocimiento infinitos. Así, lentamente, hube de formarme una idea de su personalidad. Comencé entonces a realizar con él los ejercicios que poco a poco había ido decantando en mi trabajo con alumnos anteriores, pero pude comprobar en corto plazo que los resultados eran muy magros. De sus confesiones espontáneas pude hacerme el siguiente panorama de su entorno familiar:
Padres mayores con problemas de relación entre sí.
Figura paterna autoritaria, cerrada, exigente y con visos de profundas frustraciones.
Figura materna celosísima y altamente dominante para con su hijo. Las personas que frecuentaba mi joven alumno eran las amistades mayores de su padre.
Vivía prácticamente encerrado en su piano, símbolo y vía de todas sus descargas.
Había tenido muy mala relación con sus compañeros de la escuela secundaria y había sido objeto de la burla de ellos.
Se expresaba de manera soberbia y suficiente.
Se le exigía dedicar horas y horas al estudio del piano para llegar a ser “el mejor”, pero a su vez se le imponía continuar otra carrera universitaria (además de la musical) para que pudiera ganarse la vida “decentemente”. La madre fiscalizaba todas las amistades del joven y sobre todo las femeninas, habiendo llegado al punto de negar la presencia del mismo en la casa cuando era requerido por alguna jovencita. No se le permitía salir solo a fiestas, bailes y reuniones.
Su única forma de canalizar la protesta era a través del piano, tocado a toda hora (siempre con su mamá sentada al lado) y sus escapadas a mi domicilio, donde se quedaba mucho más tiempo del que correspondía a sus clases. Viviendo a solo dos cuadras de distancia de mi casa, siempre era requerido por su madre quien venía a buscarlo.

Decidí hablar con él con toda cautela pero claramente, haciéndole entrever el panorama de acoso con que lo veía rodeado y manifestándole mi suposición de que allí debía buscar la punta de su ovillo. Le aconsejé entonces visitar a un psicoterapeuta para solicitar un diagnóstico y caminar así sobre terreno más firme.
Como su decisión de ser un buen músico era fuerte, después de acallar sus propias objeciones compulsó a sus padres a que le permitieran tener sesiones con un analista. Luego de una serie de tests y charlas exploratorias el psicodiagnóstico confirmó mis sospechas.
El trabajo musical de tipo expresivo y las sesiones de psicoterapia comenzaron a hacer percibir cambios en la conducta de este joven. Nuevos planteos en la relación familiar, frecuentar chicos de su edad, vivir con más independencia y dedicarse plenamente a ser músico.
Comenzó así una etapa de cambio constructivo. Se propuso frecuentar personas de su edad. Principió a asistir a reuniones de chicas y muchachos con la firme convicción de que esto redundaría en su propia mejoría y dejó la carrera universitaria al margen que le habían obligado a seguir.
Poco a poco pude percibir que le era menos duro el entonar sonidos y que podía realizar sus ejercicios con mayor facilidad. Indudablemente su personalidad comenzaba a afirmarse en el grupo familiar, donde discutía y planteaba sus problemas.
Un día (y la anécdota merece contarse) con la suficiencia natural que le caracterizaba se presentó a mi domicilio con un fajo de hojas pentagramadas:
—Estoy componiendo un concierto para piano y orquesta... —manifestó.

Teniendo en cuenta que sus conocimientos de las técnicas compositivas eran nulos, me propuse escuchar lo que había escrito. Me sentí bombardeado por un aluvión de notas incomprensible y de contenido agresivo. Al mostrarme el movimiento lento, me llevé gran sorpresa. Una melodía atrayente, delicada, cantable y muy expresiva apareció totalmente descolgada del contexto anterior. Sin pensarlo le dije: —Estoy seguro de que cuando escribiste este tema tu mamá no estaba sentada a tu lado en el piano.
Muy divertido y asombrado me contestó: —Es verdad, había salido a visitar a una amiga.
Creo que esta fue la última gota que desbordó su copa de confianza en mí y se entregó con ahínco a desarrollar su oído expresivo. Trabajamos casi seis meses, pero con gran beneplácito mío, el suyo propio, más el asombro de los profesores examinadores, aprobó la materia con una buena nota.
Tiempo después le escuché tocar el piano. Realmente me produjo muchísima alegría el comprobar que su fraseo y dinámica pianística habían mejorado en alto porcentaje. Sus compañeros me comentaron que procuraba afianzarse en su relación con los demás, tratando de independizarse y comprender a su entorno familiar enfermo. Había salido de vacaciones a diferentes lugares con grupos de jóvenes y era miembro activo de un coro polifónico. Su aspecto personal manifestaba corrección y cuidado en el vestir.


Caso B

Otro de los casos significativos que me tocó tratar privadamente fue el de otro joven de aproximadamente unos treinta años de edad. Su afán de manifestarse musicalmente por el canto era desesperado y su insistencia en el estudio de la música tan grande como su necesidad de poder tener comunicación con el resto de la humanidad. Ya le conocía de antemano, cuando comenzaba a llevar estudios principiantes de música.
En esa época estudiaba la flauta dulce y como se desempeñaba correctamente con el instrumento, no tenía mayores tropiezos. Cuando ingresó en ciclos superiores, comenzaron a revelarse sus enormes problemas con el oído expresivo, ya que repetir un modelo melódico dado, era para él casi un milagro. De esa manera comenzó a perder años de estudio y su frustración se vio grandemente acrecentada. Decidió finalmente recurrir a mi. Los mecanismos de trabajo empleados fueron los mismos usados en casos anteriores.
Al tomar conocimiento de su vida familiar, me pintó un panorama muy oscuro de la relación con sus padres.
Madre de personalidad fuerte y dominante. Escaso nivel intelectual.
Padre contemplativo y dependiente de su esposa. Escaso nivel intelectual.
Fría y posesiva relación de los padres para con su hijo.
Presencia de una neuropatología. Había recibido asistencia psiquiátrica.
Bloqueo casi total del oído expresivo.
Sentido profundo de culpabilidad por no lograr desprenderse del cuidado de y hacia sus padres.
Complicaciones en su relación con los demás.
Desarrollado cociente intelectual. Conocimiento de sus problemas y del alcance de los mismos.
Luchador nato. No se dejaba derrotar con facilidad e insistía constantemente lograr sus fines.
Oponía resistencia al tratamiento psicoanalítico.
Muchas veces hablamos de igual a igual sobre estos problemas y mi insistencia en fomentar un estado de oposición a la situación que le tocaba vivir, hizo que en muchos momentos sus progresos representaran para mi, sorpresas evidentes. Sin embargo, la magnitud de sus conflictos era tan poderosa, que le impedía salirse y desarrollar su personalidad. Pese a todo, en un año de trabajo conseguimos resultados satisfactorios.
Pudo entonar una gama considerable de diseños melódicos y pude comprobar que cuando me ubicaba en su tesitura vocal, podía seguirme cómodamente, cosa que antes no podía realizar. El esfuerzo que le demandaban las clases era mayúsculo. Generalmente cruzaba los brazos fuertemente sobre el pecho al comenzar. Le decía entonces que cerrado de esa manera no iba a aceptar nada de lo que hiciéramos. Iniciábamos así los ejercicios introductorios de la clase.
Los resultados siempre terminaban siendo buenos y este primer paso servía para hacerlo realizar otros mucho más arriesgados. Transpiraba copiosamente, palidecía, desesperaba y atropellaba. Se tensaba al extremo de descontrolar la voz, como un adolescente en plena muda. Algunas veces llegó a llorar.
Pasados estos primeros y angustiantes momentos, comenzaba a tranquilizarse y podíamos seguir adelante con cierto grado de serenidad. Poco a poco, su aspecto personal comenzó a evidenciar cambios. Su vestimenta, al comenzar nuestro trabajo, era de corte antiguo y pasado de moda, lo cual le daba la apariencia de un hombre mayor.
Sus manifestaciones sociales se reducían al trato de sus compañeros de oficina y algún fugaz noviazgo que al romperse le dejaba una nueva frustración. Comenzó a seleccionar sus prendas con mayor cuidado, a frecuentar grupos de otros jóvenes, asistir a reuniones de amigos y a experimentar su vida algunos cambios positivos que redundaron en el trabajo musical.


Caso C

Otro caso significativo fue el de una joven de treinta y cuatro años de edad. Recibió clases durante el período de un año. Teniendo en cuenta los elementos que había extraído de los casos anteriores, comencé una lenta, cautelosa y perseverante investigación de su personalidad y su núcleo familiar. Tratándose de una mujer, su nivel de apertura no se dio en la medida de los hombres, pero pude, sin embargo, conseguir datos importantes.
Su aspecto físico me revelaba una muchacha de rasgos regulares y buen cuerpo con una tendencia permanente a tratar de esconderse. Su voz y su mirada se podían calificar como escurridizas. En fin, toda una disposición para aparentar ser el "patito feo”.
Su manera de conducirse siempre estaba cargada de timidez y de sonrojos, era un continuo pregonar de: “No sirvo, no me va a salir, no voy a poder, soy un desastre”.
En cierta oportunidad me declaró su repudio a la profesión que había elegido (era licenciada en Ciencias Económicas), que consideraba como no universitaria.
Se sentía impedida de hacerle frente a los obstáculos.
Madre dominante de personalidad fuerte y determinante. Siempre que hablaba de ella ponía en sus labios las siguientes palabras: “Mi hija no sirve, no le va a salir, no va a poder, es un desastre”.
Creo que así quedó fijada. La letanía materna dicha cotidianamente marcó con precisión su personalidad. Cuando le manifesté que sería conveniente que comprara un pequeño grabador para registrar las clases, su mamá fue la que encaró la compra; un grabador usado que se descompuso a la semana de tenerlo.
C. era diferente en forma a los otros anteriores: no podía cantar porque le habían dicho que era incapaz de hacerlo. Cierta vez me contó que durante su viaje de estudios al terminar la escuela secundaria, en una reunión de chicas y muchachos había cantado y bailado sola sobre una mesa. Su mamá, al enterarse de esto, había manifestado la letanía de rigor: “No creo: ella nunca se animaría a hacer una cosa así...”
Sin embargo ese recuerdo era atesorado como una de las cosas más hermosas que le habían sucedido en su vida. Mi manera de encarar el trabajo con C. fue diferente. Si en los casos anteriores usé la extrema paciencia, el ir abriendo la caparazón psicológica capa a capa, como una cebolla, con C. me esforcé en hacerle entender que era capaz de realizar determinadas cosas.
—Esto no me va a salir... —era su queja.
—Sí te va a salir —era mi respuesta—, porque para eso acudiste a mí. Así que adelante y sin gemidos.
Debo hacer la aclaración que su problema se veía agravado porque su disminución afectaba a todo el esquema corporal y pese a que podía intelectualizar los elementos rítmico-melódicos, no podía palmearlos ni entonarlos con corrección.
Lentamente, a los tirones, plantándome y poniéndome firme en mis propósitos, conseguí que comenzara a entonar diseños melódicos dentro de su tesitura media, escribiera ritmos y los palmoteara con fluidez. Muchas veces me dije: “Debo ser autoritario como su madre, pero al revés. Tengo que tratar de restituir dentro de lo que pueda, la confianza en sí misma de esta muchacha...”
Le corregí hasta el cansancio su quejosa manera de hablar. Le impuse la condición de que nunca más diría ante mi: “No puedo, no me va a salir”.
Le hice entonar un sinnúmero de canciones sencillas y por último la impulsé a que visitara una psicoterapeuta, para que le realizara un psico-diagnóstico. El trabajo en clase fue positivo en todo sentido.


Caso D

Cierto día, mi maestro de canto me presentó a una jovencita (y realmente me pareció muy joven) que había ido a su domicilio solicitando auxilio ya que no podía entonar dos sonidos seguidos con corrección y debía rendir la asignatura Educación Musical del último año de carrera en un profesorado pedagógico. Si no cantaba afinadamente una determinada cantidad de canciones infantiles no podría aprobar la materia.
Mi maestro la derivó a mi y de este modo fijamos cita para el día siguiente en mi casa. Llegó precedida de su mamá, quien tomó la palabra exponiéndome la situación de que “la nena” no podía cantar nada, que en la familia nadie podía cantar nada, que se reían mucho cuando la joven trataba de entonar algo, pero que debía terminar la carrera y por lo tanto era necesario hacer algo.
A todo esto la muchacha no había podido decir una sola palabra. Dispuesto a ayudarla, le fijé día de clase dándole un turno a las veinte horas (era pleno mes de Octubre). Su madre horrorizada me respondió: “¡Imposible! A esa hora la nena no puede andar sola por las calles. Cámbiele el horario, por favor, ¡es muy jovencita!”. Tanto la muchacha como yo vivíamos en pleno centro de la ciudad. Cuando posteriormente en clase (y cambiado el horario) le pregunté la edad, me respondió que tenía veintidós años y que se estaba por casar.
Seguí con ella mi metodología habitual. Descubrir su nota clave, ejercitar el reconocimiento de toda su extensión vocal con apoyo corporal, encontrar sonidos vocales más allá de los netamente musicales, palabras metodizadas, esquemas melódicos, ecos rítmicos y melódicos, fonomímias y canciones tradicionales muy sencillas. Por otro lado le expliqué las razones en las cuales creía de por qué podía ser atrofiado el oído expresivo de las personas. Era una muchacha inteligente, manejaba elementos de psicología (por su misma carrera) y me prometió tratar el asunto con un psicólogo.
En ningún momento tuve la sensación de que mis palabras pudieran haberla movilizado demasiado. Toda su actitud y su mirada inteligente me dieron a entender que había descubierto la punta del ovillo. D. aprobó su examen. Hizo logros ciertamente importantes en muy poco tiempo. No la he vuelto a ver.


Caso E

Me encontraba dando una charla sobre este tema en el Centro de Estudios Brasileros de Rosario, cuando noté que en la primera fila de espectadores una mujer me miraba y asentía a todo lo que yo decía con gran interés. Terminada la charla y sobre la salida, esta señora (joven y elegante) me manifestó que lo dicho la había conmovido profundamente. Me aclaró que seguía estudios musicales de clarinete y que era una total desentonada. Me pidió entonces si podría ayudarla y tomar clases conmigo. Le contesté que sí, le di mi dirección y en pocos días comenzamos a trabajar.
Mi caso E era diferente a todos. Me encontraba en presencia de una mujer muy agradable, moderna, con una excelente familia compuesta por su esposo, que la alentaba permanentemente y tres deliciosos hijos. Trabajaba como guía de una empresa de turismo y esta actividad le producía gran alegría, ya que aparte de hacerle conocer distintos puntos del país, le proporcionaba una buena entrada de dinero. Aunque su papá había fallecido siendo ella muy pequeña, hablaba siempre de la excelente relación con su madre y de la buena niñez que había pasado. Hacia tratamiento psicoanalítico para poder conocerse más profundamente. El mundo musical que la rodeaba era interesante y en su casa todos tocaban instrumentos musicales.
—Pero por sobre todas las cosas, quiero cantar y no puedo hacerlo...
Este caso me descolocó por completo. No tenía nada que ver con los demás y el espectro era ciertamente diferente. Pensé por un momento que la madre de mi caso E fuera también una desentonada, o que no practicara el canto y por lo tanto no hubiera educado musicalmente a su hijita desde la cuna. Pero no era así. La madre de E era reconocida en su familia por su buena voz y E la había escuchado cantar durante toda su vida. Todo esto lo fui sabiendo ha medida que íbamos trabajando, pero los progresos eran muy lentos. Un día se me ocurrió decirle:
—Ya que usted se analiza ¿nunca pensó en llevar este problema a su psicoterapeuta?
Me miró y asintió muy seriamente. Dos o tres días después apareció por mi casa en un horario no habitual diciéndome:
—Encontré la punta de la madeja. Hoy desenterré cosas muy profundas y calladas. Más o menos la síntesis de todo es esta: Ya le dije antes que mi mamá tiene una hermosa voz y canta muy bien. Así me cantaba desde muy niña para acunarme, dormirme, dejarme en la cuna e irse a trabajar. Creo que desde entonces he apareado al canto con el abandono. No canto porque no puedo, me niego a cantar porque el canto me hace sentir sola...
A partir de allí, las cosas comenzaron a marchar sobre ruedas. No surgieron problemas mayores en el entrenamiento técnico y E fue incorporando un buen repertorio de canciones sencillas y folklóricas de diferentes países. Un día llegó a clase y me dijo:
—Este fin de semana pasado viajé hasta Corrientes con un contingente de niños de escuela primaria. Cuando estos se ponían demasiado inquietos les hacia cantar y les enseñé un montón de canciones. Al regresar, los niños me regalaron esta libretita llena de dedicatorias. Quiero que las lea...
Tomé la libretita y en ella leí cosas como: “Gracias por tan lindas canciones. Gracias por cantarnos. Que linda vos que tenés. Nunca me divertí tanto en un viaje como en este, me la pasé cantando...
Fue la última vez que vi a E.


Caso F

Un día, recibí la llamada telefónica de un amigo mío, profesional de trascendencia. Me llamaba en estado de desesperación, porque uno de sus hijos había decidido dejar la carrera universitaria que cursaba (la misma de su padre) y dedicarse a la música.
—Necesito que me ayudes, ¿qué puedo hacer? —me dijo.
—¿Cuál es el acercamiento de tu hijo a la música? —pregunté.
—Más allá de que cuando era pequeño pretendimos hacerle estudiar la guitarra, o arañar las teclas del piano cuando le pasa al lado, ningún otro...
—Bien —contesté— mandalo a hablar conmigo y veremos qué pasa.
Así se inició mi relación con F, que se extendió a través siete años.
F era un muchachito de 19 años, en ese momento. De buen aspecto, de mirada vivaz y charla amena. Me hizo recordar a aquellas imágenes del “chico perfecto” que siempre cumplía con todas sus obligaciones y lavaba diaria y metódicamente sus dientes en las propagandas de dentífricos.
Cuando comencé a escarbar en su historia, las cosas tenían otro color. Imagen de una personalidad paternal demasiado “brillante”, “omnipresente” y “omnisciente” y un cuadro de incertidumbres que le ocasionaban terribles cefaleas, que comenzaban cada vez que ingresaba en la facultad que acababa de abandonar y que le duraban durante todo el día. Inapetencia, temores de todo tipo, algunas febrículas, un estado de desesperación muy grande (por no poder ser como su papá deseaba que fuera) y mucho enojo (contra su papá, por ahogarlo con su despampanante personalidad). La única contención llegaba de las charlas con su madre y su sentido de la comprensión, aunque también para ella, “la opinión de papᔠera a lo primero que se debía atender.
Le tomé un test rítmico (del cual salió airoso) y otro melódico. Descubrí así que era totalmente desentonado y su negativa a cantar, terminante. “Si lo rítmico funciona, saldremos adelante”, pensé.
Y allí mismo comenzó una maravillosa experiencia, que aún no ha terminado. F se convirtió poco a poco, en el mejor alumno que he tenido en mis 38 años de docencia. Y ser su maestro, es lo mejor que me pudo pasar. Mi tarea era enseñarle música. Prepararlo para su ingreso a estudios universitarios, y todo esto debía de ser realizado en solo un año y medio de tiempo. Dentro del complicado paquete, se encontraba su reentrenamiento vocal y lograr que su voz llegara a cantar afinadamente.
F es un luchador con una firmeza y un sentido del estudio que pocas veces percibí en un alumno. El adiestramiento fue total. Tratar de apartarlo de la adolescencia a ultranza y la sobreprotección extrema a la cual lo sometía su papá, integrarlo a grupos de estudiantes, cosa que no le resultó difícil por su bonhomía y su sentido de la solidaridad, sacarle de la cabeza cientos de preconceptos sumamente conservadores y muy arraigados en él, impuestos por un papá criado rígidamente y dejar desarrollar su encantadora personalidad de gentilhombre.
En un año y medio fueron trascendentales los cambios:
Lograr que confiara en mí, en mi manera de pensar, en mis conocimientos y en mi metodología de enseñaza. Fue duro lograrlo, debido a su negativa a expresarse espontáneamente.
Vencer su enorme resistencia al canto, lograr afinar correctamente y poder cantar melodías.
Adiestrar su oído hasta conseguir descifrar sutilezas musicales.
Aprender a leer y escribir música.
Iniciarse en el camino de la composición musical.
Tocar el piano y afianzar un repertorio en vías a su examen de ingreso, incluyendo una obra de su autoría, trabajada en mis clases.
Terminar con las cefaleas, los miedos y las fiebres.
Aprender a tomar todo como un gran juego, serio, pero juego al fin; y por sobre todas las cosas divertirse y quitarse la “coraza de cartón prensado” de todos sus conflictos.
Su ingreso a la carrera musical elegida fue de excelencia. En el medio de todo eso tuve varios enfrentamientos con su padre, mi amigo, que más de una vez pretendió darme consejos de cómo debía de proceder con su hijo e indicaciones sobre como enseñarle determinados temas. Como la confianza me permitía extralimitarme en la relación con su padre, solucioné las intervenciones con “cuatro gritos” telefónicos o frente a una taza de café y de esa manera hice comprender a mi amigo (que mucho me aprecia), que de ninguna manera le permitiría intervenir en la preparación musical de su hijo.
A esta tarea se plegaron en mi favor sus hermanos, que también sufrían la situación y terminé ayudando a definir instancias en ellos también. Todos se han transformado en mis amigos, tanto o más que su padre.
F ha hecho una excelente carrera universitaria año por año. Canta en un coro y es uno de sus “tenores solistas”, hace unos cuatro o cinco años que mantiene relaciones con una adorable muchachita con la cual piensa casarse muy pronto, y compone música magníficamente bien. Tuvo que pagar todos los derechos de piso habidos y por haber por su entrenamiento musical inicial tan corto y tan aprisa (esto hizo que continuara trabajando privadamente conmigo a lo largo de tantos años). Además, su padre trató de incidir en sus estudios buscando imponer su opinión y aconsejando sobre distintas maneras de proceder para resolver problemas musicales (aún continúa haciéndolo). Pero F salió de todas las dificultades resueltamente y fortalecido.
Todavía le quedan muchas cosas que solucionar, pero las medidas tomadas en la faz didáctico-pedagógica dieron resultados y me siento sumamente orgulloso del él. No me cabe la menor duda de que este hombre ex-desentonado, ex-miedoso y que tenía cefaleas terribles que lo tiraban desesperado en una cama, será un músico de trascendencia y un hombre de bien.


Caso G

Me encontraba haciendo prueba de voces a ingresantes para una institución coral, cuando me encontré frente a algo que me pareció la pupa de un “bicho canasto” con un muchacho metido dentro. Efectivamente, debajo del desaliño y las manchas de grasa de su ropa, que le hacían como una caparazón gris, había un hermoso joven de 18 años. Cuando traté de hacerlo cantar, mi desesperación aumentó (siempre me resulta traumático tener que decirle a alguien que no puedo aceptarlo en un coro), porque no podía entonar una sola nota correctamente. Aún así, su desentonada voz tenía un bello color de registro grave y aterciopelado, muy poco común en un hombre tan joven y (suponía yo), acostumbrado a escuchar e imitar a los cantantes argentinos de rock, que cantan como estadounidenses tratando de hablar en español, con sonidos aflautados y nasales.
Sabiendo que podía reeducarlo, le dije: —Te acepto a prueba y te vas a dedicar a escuchar. Solo podrás cantar cuando yo te lo permita.
Aceptó encantado. Egoístamente pensé: “Si consigo entonar a este muchacho, tendré un buen bajo en el coro”.
Así fue que le ofrecí darle clases particulares por medio de trueque (sabía que él no tenía medios para costearlas). Si él se comprometía a hacerme tareas de secretario una vez por semana (acomodarme libros, discos de vinilo y compactos cassettes, y papeles de mi caótico estudio), yo le daría clases de reentrenamiento vocal.
Comencé a conocerlo, a apreciarlo y a realizar un trabajo que fue desde lo musical hasta lo afectivo, porque tuve que hacerle muchas veces de maestro, papá, amigo, hermano y padrino.
G se reveló como un gran mosaico polifacético en donde primaba el abandono, la inestabilidad, la tristeza, la desidia, la atención sumamente dispersa, la inteligencia, la creatividad, la bondad, la ternura, y la necesidad de afecto filial.
Venía de una familia formada por padre y madre profesionales universitarios, que de alguna manera habían conseguido destruirse uno al otro, aunque habían tratado de rodear a sus hijos de un ambiente muy intelectual. A los catorce años se había encontrado con la terrible alternativa de tener que internar a sus padres en distintas instituciones para enfermos con problemas mentales y hacerse cargo de sus hermanos menores.
En la época en que lo conocí, iba fielmente todos los días a visitar a su papá a la institución en donde estaba recluido.
La relación con la madre era casi inexistente. Ella había sido devuelta a su hogar, pero había cortado todo tipo de relación afectiva con sus hijos.
Una vez me dijo:
—Supongo que cuando yo era bebé alguna vez lo habrá hecho, pero no recuerdo que mi madre me haya abrazado nunca.
Siendo en un momento una familia con buen pasar, de un día al otro se encontraron (tanto él como sus hermanos) en estado de abandono y con precariedad de medios, más allá de las solidarias atenciones familiares de sus tíos y primos.
Todo esto, sin embargo, le había de alguna manera fortalecido, endurecido y hecho madurar de prisa. Hizo teatro, estudió danza, y además descubrí que escribía, casi en secreto, cuentos y poemas de mucha calidad.
Muchas veces me dijo: —Cuando siento que me pongo muy loco, voy a bailar y eso me equilibra...
Fue así que comenzamos a trabajar en su reeducación vocal, siguiendo mi procedimiento técnico-didáctico habitual. Le alenté en la continuación de sus estudios y como escribía bien, le sugerí inscribirse en la carrera de letras en la universidad. La tentativa no resultó y reanudó sus estudios superiores (después de dejar la facultad), en una disciplina de entrenamiento artístico-corporal en donde se acomodó muy bien y de donde egresó con un título docente en solo cuatro años.
Su reeducación musical dio resultado. Comenzó a cantar cada vez mejor, desde pequeños esquemas melódicos a pequeñas canciones. Un día descubrí con enorme sorpresa (aún no lo dejaba cantar grupalmente), que podía entonar todas sus partes corales. Se transformó así, en uno de los más decididos integrantes de mi coro y dejó de ser definitivamente el “bicho canasto” que era, ya que su aseo y la corrección en el vestir se hicieron en él una necesidad, porque descubrió y aceptó su hermosura física.
Escribe muy bien, baila muy bien, se desenvuelve con tranquilidad entre los grupos en los que interactúa y es sumamente consecuente con las actividades que realiza. Se ha transformado en un hombre puntual y su curva de atención se ha extendido considerablemente.
Más allá de sus luchas (ha debido enfrentar incluso, la muerte de uno de sus padres) trabaja profesionalmente, se preocupa de sus hermanos y es una persona que demuestra disfrutar de las instancias gratificantes que le toca vivir, con entusiasmo, maravillado y a pesar de todo. Hace unos días, hice una grabación de él, cantando dos difíciles temas musicales. El resultado de la experiencia logró llenarme de orgullo.

De estos siete casos tan especiales y de muchos más que traté, he llegado a establecer parámetros de similitud:
Problemas emocionales de tipo traumático.
Impedimento del desarrollo de la personalidad.
Buen nivel intelectual de los sujetos.
Necesidades profundas de restablecimiento.
Reacción positiva al reconocer las causas del problema.
Uso de la misma metodología musical aplicada en la faz técnica.
Resultados favorables en todos los casos.



Otras consideraciones


Habiendo tenido a mi cargo en institutos superiores cátedras formativo-informativas de docentes, me hice el planteo de explicarles desde los comienzos los problemas que podrían acarrear a sus futuros educandos si aplicaban incorrectamente las técnicas de enseñanza de los elementos musicales.
Cuando en un principio encontré resistencia en mis alumnos a entonar canciones colectivamente, comencé a revelarles las causas posibles de las negativas (cantar implica poner en evidencia los sentimientos más profundos) y por consiguiente salieron a relucir los casos de los desentonados. Me vi así en la necesidad de referirles sobre los procesos interiores que se ponen en marcha cuando un persona se desenvuelve musicalmente; de los sentimientos “forma” que son encendidos por el mensaje musical y de como los problemas emocionales pueden incidir en la atrofia del oído expresivo.
Supieron así que la música (tal cual lo dije antes) es una forma natural de expresión y comunicación que el hombre ha desarrollado, que surge de los sentimientos forma del que la emite y está destinada a incidir sobre los sentimientos forma del que la recibe. Que todos los hombres y todos los modelos de vida del planeta, responden al fenómeno sonoro. Que los seres humanos estamos diseñados para crecer y comunicarnos musicalmente con naturalidad, que la música requiere para su práctica de un entrenamiento como el habla o la motricidad y que aquellos que no pueden hacerlo (y son muy pocos) tienen literalmente afectados los centros cerebrales que gobiernan la expresión rítmica y melódica.
Supieron así que la mayoría de las personas que dicen tener problemas serios de entonación, lo que tienen realmente es falta de entrenamiento o bloqueos posiblemente producidos por problemas emocionales acaecidos durante su etapa evolutiva que les imposibilitaron a la postre de expresarse musicalmente. Este tipo de charla movilizante se comenzó a dar frecuentemente con mis alumnos.
He visto tantos jóvenes segregados de instituciones de enseñanza musical por “falta de condiciones”, cuando en realidad se trataba de personas trabadas simplemente en su desarrollo por algún obstáculo psicológico o fisiológico fácil de eliminar y cuya existencia y naturaleza no se había sospechado, que nunca trato de arriesgar mi opinión sobre los talentos de una persona, hasta no haberla investigado durante un prudente lapso de tiempo.
El hecho de partir planteando todas las reglas del juego, hizo que los alumnos con problemas se empeñaran en contarme sus experiencias “traumáticas”, investigando dentro de sí mismos con toda resolución. En virtud de haberles manifestado que ningún ser humano era un negado musical a menos que fuera sordo, conseguí que el canto se tomara como norma de “valentía” para el logro de las clases y el aprendizaje se transformara en una disciplina como cualquier otra y no estuviera cargada del “misterio” habitual con que la gente común encara los talentos musicales.
Cierto día, mientras daba clase en el segundo año del Profesorado Nacional en Teatro de Títeres de Rosario, una de mis alumnas me manifestó su imposibilidad de cantar entonadamente y su rechazo rotundo a hacerlo.
—Sin embargo —dijo— cuando hice la escuela primaria estaba en el coro...
Luego, como en una andanada, agregó:
—Y cuando tenía quince años me gustaba mucho Elvis Presley, pero mi papá amaba la ópera y se enojaba y se burlaba mucho de mí porque escuchaba esas porquerías.
Tuve una corazonada y le dije repentinamente:
—¡Cómo te dura el enojo con tu padre! Desde los quince años no has querido volver a cantar...
—¡Pero si mi papá ya se murió! —me respondió.
—No tiene nada que ver, creo que seguís enojada con él.
Se quedó muy pensativa y pareció a punto de llorar. Nunca más opuso resistencia a cantar; siempre y de allí en adelante lo hizo con sus compañeras y varias veces sola. Con dificultad, pero con todo empeño y valentía. Hace tiempo, en una reunión, una persona de mi conocimiento que a su vez era también amiga de esta muchacha, me comentó que le había oído hablar de mis clases en estos términos:
—Nos enseñó a darnos cuenta que la música era un camino que podían encarar todos los seres humanos y eso nos hizo mucho bien...
En otra oportunidad y habiendo decidido tomar examen parcial escrito a mis alumnas de tercer año del Instituto Superior de Educación Física, puse como uno de los puntos importantes del cuestionario, la siguiente pregunta: “¿Por qué causas puede atrofiarse el oído expresivo en los seres humanos?” Una de las chicas, luego de contestar y enumerar los conceptos en lo que se refiere a problemas emocionales traumáticos, puso lo siguiente que transcribo fielmente:
En mi casa, mi padre y mi hermano tocan muy bien el piano; siempre se ha escuchado música de todo tipo. Yo cantaba en el coro de la escuela. Amo la música toda, excepto el jazz. Sin embargo actualmente canto muy mal.
Cuando era niña fui a aprender piano (siguiendo la tradición familiar), me gustaba mucho y me encantaba escucharlos a mi padre y mi hermano. Pero mi profesora de piano vivía retándome porque no le respondía, pero JURO que yo estudiaba. Cada vez que iba a la clase tenía un nudo en la garganta desde que llegaba hasta que me iba y por último dejé de ir y con plena conciencia que era porque no aguantaba que me mortificara tanto. No quise saber más nada con la música.
Si analizamos el texto, podremos apreciar opiniones encontradas: “Amo la música toda” versus “no quise saber más nada con la música”. Efectivamente, y como ella lo decía, cantaba mal y en los comienzos de mis clases se limitó a permanecer muda, estudiar o confeccionar trabajos para otras materias y tratar de iniciar charlas con sus otras compañeras. Incluso varias veces le llamé la atención. Sin embargo, el cambio rotundo se dio cuando comenzamos a plantearnos los problemas por los cuales el oído expresivo podía atrofiarse. A partir de allí decidió poner mucho interés en mis palabras y en adelante se integró a las clases convirtiéndose hacia fin de año en una de mis mejores alumnas.
Este tipo de actividades creó en mis educandos la necesidad de trabajar elementos de técnica vocal para la voz hablada y cantada. Para ello propuse que cada uno cantara una canción (era también un medio de localizar las sorderas expresivas) a fin de observar el manejo de emisión de cada uno. Impuse como condición estricta que nadie hiciera el menor atisbo de burla hacia el compañero interviniente, basándome en la norma que todo aquel que canta expone un mensaje emotivo y por lo tanto resulta duro y ofensivo el que sea recibido con bromas, generalmente motivadas por el propio nerviosismo y ansiedad del que escucha.
Estas consignas que propuse sobre todo a mis alumnos varones, como norma de respeto adulto de la clase, sirvieron para el reconocimiento y aceptación del cantar de cada uno; generaron la necesidad del coro del aula, el interés por el aprendizaje y el manejo de mayores elementos musicales y dieron pié a la investigación que cada uno comenzó a hacer de sí mismo. En muchos recreos y horas libres, me vi en la necesidad de contestar preguntas personales, aceptar y comprender problemas particulares y dar consejos sobre conducción del aprendizaje en lo didáctico-musical a los practicantes.
Cuando se iniciaron las clases en las asignaturas Música para la formación del Actor I y Rítmica Musical I, luego de la apertura de la carrera Actor Nacional, en la ex Escuela Nacional de Teatro y Títeres de Rosario en 1983, me encontré con que los alumnos tenían sus canales de expresión tan cerrados que a simple vista el trabajo sistemático parecía imposible. Cuando manifesté que en mis clases íbamos a cantar y a desarrollarnos musicalmente, un suspiro aterrorizado fue lo único que pudieron expresar mis alumnos de primer año y en su mayoría dijeron:
-iYo no voy a cantar!.
Revelados los misterios de la misma manera en que lo había hecho tantas veces y con tantos alumnos, muchas miradas me indicaron que había penetrado muy profundamente en sus pensamientos. Aprovechando esto, lo único que quedaba era comenzar a andar. Tuve mis dudas sobre como emprender la marcha, pero recordé que habiendo trabajado anteriormente con actores en actividades musicales, estos me pedían de hacerlo a puertas cerradas queriendo encontrar un clima de intimidad dentro del cual pudieran desnudar sus sentimientos forma. Una vía de pensamiento condujo a otra y se me ocurrió hacer cerrar las puertas y apagar las luces, dejando la sala de clases totalmente a oscuras. Entonces dije:
-Les voy a cantar una canción. Cuando yo pare, ustedes repiten lo que haya cantado....
Ese fue el comienzo. Los alumnos rompieron a cantar y me pude dar cuenta que todos entonaban con corrección, con mucho miedo al principio, pero con todas las ganas ha medida que avanzábamos por la canción. Hubo varios que me manifestaron posteriormente:
—Nunca creí que pudiera hacerlo...
En clases sucesivas, de la sala a oscuras pasamos a la sala iluminada con una vela, primero y con dos bien distanciadas, posteriormente. Los alumnos percibieron mi necesidad de que ellos exploraran con los sonidos de su voz y de su cuerpo y se propusieron ejercicios basados en la emisión de la voz con sonido tenido y variación de altura a los cuales se les agregaron movimientos corporales y desplazamientos con diferentes velocidades y complejidades a los efectos de identificar sonidos vocales con expresión corporal. Se realizaron juegos de reconocimiento social y afectivo. Se efectuaron ejercicios de improvisación vocal sincrónicos y aleatorios, tratando de reproducir sonidos de la naturaleza, sonidos materiales y sonidos totalmente subjetivos (de placer, de miedo, de angustia, de alegría, etc.).
Mientras tanto se seguía con el repertorio de canciones (todas muy sencillas, de contenido folklórico americano y español (verdaderos dinosaurios de la música).
Las velas ya habían desaparecido y se trabajada con luz, aunque todavía con las puertas cerradas. Los ejercicios rítmicos con desplazamientos se ampliaron en planteos de coordinación y descoordinación corporal y los trabajos vocales de tipo sincrónico y aleatorio en base a expresiones no convencionales, se aplicaron a la palabra hablada, trabajando conceptos de la música contemporánea en el uso de fonemas con su sentido real y quitándoles totalmente su significado.
Recuerdo muy bien el día en que decidieron abrir las puertas. Necesitaba trabajar desplazamientos y reconocimiento del ámbito escénico y lo motivé con música. Luego de accionar por su cuenta y bajo el influjo musical, alguien fue y abrió una de las puertas de acceso al salón de clase. Otro lo hizo a continuación y luego otro más. Quedaron de esta manera expuestos a la mirada de todos, sin notarlo y sin sentirlo. Me guardé muy bien de hacerles observar lo que habían hecho.
De canciones a una sola voz, pasamos a cantar canciones a dos y tres voces, cánones y canciones con ostinatti rítmicos y melódicos y con instrumentos de percusión convencionales y no convencionales.
En los planteos experimentales realizamos trabajos sincrónicos en los cuales solicité que emitieran los sonidos con los cuales se representaban como seres humanos; que eligieran frases o palabras que les interesaran en grado sumo y con las que armamos trabajos rítmico-melódicos de tipo colectivo. Usamos diferentes tipos de poesía para armar ejercicios musicales y teatrales de coro hablado y cantado en donde se improvisó música sincrónica y aleatoriamente. Se usaron instrumentos de percusión y se recrearon paisajes sonoros.
Permanentemente se renovaron los materiales de información y formación y las propuestas generaron nuevas propuestas.
Lo que se ha tratado de lograr es que los alumnos comprendieran que las vías de creación son múltiples. Que la creación grupal es una actividad altamente placentera. Que el panorama de la música va mucho más allá de lo que están acostumbrados a percibir y expresar. Que la ventaja del juego improvisativo usando todas las premisas y mezclando los elementos lleva hacia una universalidad de pensamiento que obliga a la madurez artística. Que el sujetarse a consignas precisas o a mediciones temporales rigurosas lleva al uso correcto del tiempo y que los juegos de improvisación libres se condicionan a su justa medida, si el que los practica tiene un claro sentido del tiempo aplicado a la acción.
La experimentación se transformó así en la parte activa de la clase.
Experimentar es comprobar algo por medio de la práctica o por medio de experimentos. Experimentación es la acción de experimentar; el uso del método de investigación fundado en la observación del fenómeno provocado para su estudio. Experiencia es el conocimiento que se adquiere con la práctica.
Experimentar en música, significa aprovechar y desarrollar los elementos interiores propios del ser humano en la realización de ejercicios musicales que tiendan a la formación, socialización, expresión y comunicación del hombre. Significa investigar en los elementos musicales que llevamos dentro y su accionar hacia fuera, a los efectos de comprender mejor el mensaje musical que nos llega del exterior.
En todas las temáticas de trabajo surgieron los miedos y las castraciones que una sociedad enferma impuso a nuestras jóvenes generaciones y esos miedos fueron manejados por los alumnos con un sentido estético rico y enriquecedor que redundó en trabajos concienzudos, plásticos y altamente creativos en donde se pudieron apreciar muchos de los materiales incorporados, revertidos, ampliados, recreados y aplicados en su tiempo y momento justos.
Este tipo de actividades expresivo-movilizadoras conducidas a través del movimiento y la voz cantada me han producido innumerables sorpresas en lo que refiere a la reacción humana. Siempre he sostenido que el hombre guarda dentro de sí maravillas ocultas e ignoradas. Con frecuencia he observado el hecho de que se pueden perder por completo ciertas facultades y adquirir otras completamente distintas de cuya existencia nadie, ni siquiera uno mismo, hubiera sospechado.
Me encontraba conduciendo un taller de técnicas expresivas y trabajaba con personas mayores de diferentes disciplinas y provincianias. Habíamos realizado ya una serie de ejercicios en donde la voz y el movimiento eran los materiales conducentes y aglutinantes. Se habían propuesto una serie de gimnasias tendientes a crear entre los participantes un grado importante de comunicación. Como último punto de la actividad les propuse hacer cada uno individualmente, pero todos al mismo tiempo, una actividad a ojos cerrados usando el espacio parcial, la voz cantada y el movimiento corporal. Las consignas eran las de dibujar con el movimiento, el sonido de la voz; que el movimiento fuera lento, continuo y ondulante dando importancia a brazos, piernas y cintura; que la expresión vocal se basara en el sonido tenido con variación de altura; que tuvieran permanentemente cerrados los ojos; que se buscara una introspección profunda; que no se avasallara el sonido de los demás, buscando con la propia voz, el equilibrio sonoro entre todos y que cuando no se tuviera más nada que expresar abrieran los ojos y se sentaran suavemente en el suelo esperando a que hubiera terminado el último de todos.
Comenzó el trabajo con un alto grado de concentración por parte de los alumnos. Era muy emocionante ver como personas mayores condicionadas por pruritos, por la edad o por las mismas aptitudes corporales, se entrelazaban en bellísimos sonidos musicales y movimientos altamente cuidados y armoniosos. Poco a poco el clima musical fue entrando en calma y lentamente se fueron sentando de a uno en el suelo. Rompiendo la consigna, algunos de los sentados seguían alentando con música a los que continuaban en acción, hasta que quedó solamente una persona moviéndose a ciegas entre todo el grupo sentado. Era una señora mayor, entrada en carnes, de unos avanzados pero firmes sesenta años. Bajo el aliento musical de la voz cantada que recibía de su entorno, esta señora balanceaba su cuerpo en una danza casi mística que tenía prendidos a todos sus compañeros de taller.
Suavemente la música se fue perdiendo al callar las voces, el movimiento se detuvo, hubo una especie de silencio y la señora en cuestión abrió los ojos. Cuan grande fue su sorpresa al ver que se encontraba sola, de pié, rodeada de todos sus compañeros sentados y con actitud expectante. No terminó allí la cosa; algunos rompieron a aplaudir, otros se levantaron y corrieron a abrazarla y otros emocionados se secaban las lágrimas de los ojos con sus pañuelos.
¿Qué sentí yo? En ese momento creí tener la prueba tangible de como se habían originado las primeras “shamanas” en la historia de la humanidad.
Definir sonidos simultánea o sucesivamente, es algo que se encuentra al alcance de todos; pero solamente el despertar de la sensibilidad por las distancias sonoras y sus interacciones, permite un hecho musical. Es por eso que la música y la realización de esta, es ante todo una cuestión de estética. La estética misma es de esencia psicológica. Para despertar el sentido musical lo importante es que al menos, una vez, por azar, el acto de hacer música haya provocado una fuerte emoción, una tensión decisiva en todo nuestro ser.



¿Qué nos queda como conclusión, entonces?


La educación musical contempla cuatro disciplinas como principios a desarrollar:
La educación auditiva, la educación rítmica, el canto y la apreciación musical. Los elementos musicales que se estudian y practican son:
1) el RITMO, que se relaciona psicológicamente con la vida fisiológica y la acción;
2) la MELODIA, que se relaciona psicológicamente con lo afectivo y la sensibilidad y
3) la ARMONIA, que se relaciona psicológicamente con lo mental y el conocimiento.

Esos materiales son inmutables pese a la disquisición más vanguardista que quisiera oponérseles ya que perviven en un todo único, el hombre y son los elementos constitutivos de la maquinaria humana. Si los enfocamos desde el punto de vista del análisis, la prueba, el ensayo, la comprobación y el reconocimiento estaremos experimentando; que no es otra cosa más que JUGAR.
“El juego implica volver a ser niños, regresar al estado esencial y sabemos que el hombre solo puede realizarse, si restablece dentro de sí mismo, el estado que poseía en la más tierna infancia”, nos dice Walter Howard.
Para saber si un ser humano es capaz de hacer música, es menester poner en claro si las reacciones de su vida interior han sido siempre naturales y en que medida.
Los niños y adultos que se han dejado arrebatar su vida esencial por influencias del momento (llámese familia o sociedad), padecen de todos los defectos que se relacionan con las facultades de la paciencia, la perseverancia, la regularidad, la memoria y la percepción integral de las grandes formas de todo tipo.
Muchas veces percibí que las personas que no podían expresarse rítmicamente con coherencia, eran las más alejadas de la comunicación oral a través del canto. Comprendí entonces que un ser humano que no conserva su tiempo interior, su vida esencial, no puede realizar un esfuerzo espiritual de largo aliento.
El hombre puede estar alerta solo si tiene tiempo de estarlo y se tiene tiempo cuando se lo puede organizar interiormente, a condición de haber adquirido esta capacidad en las primeras etapas de la niñez y de ejercerlo más tarde de una manera inconsciente, tomando como punto de partida el propio tiempo interior.
Las actuales ideas orientadoras en el terreno de la Educación Musical y la casi totalidad de los métodos modernos colocan en un primer lugar la vivencia directa, la actividad espontánea, la liberación y movilización de las fuerzas creadoras del individuo y su integración en el grupo, la experiencia comunitaria (¿el concepto “tribal”?).
Pienso que estas propuestas surgen como una manera de buscar las razones por las cuales los jóvenes de hoy han perdido el deseo de trabajar y aprender, sabiendo que este estado de cosas no se debe en modo alguno a las posibles incapacidades, sino simplemente a la idea absoluta de la predeterminación de la personalidad, que ha traído como resultado un espantoso descenso del nivel humano en general.

No creo posible que exista alegría más grande, más profunda y más importante en la vida de un ser humano que la de saber que puede alcanzar metas increíbles a partir de las facultades que duermen dentro de él.

Enfocando la música desde un punto de vista sociológico, observamos resultados que trascienden el área específica de la música, para ilustrar el estado de la sociedad en general.
En el orden de los factores positivos podemos destacar la tendencia hacia la integración, no solo de la música en la vida del individuo, sino de este en la comunidad, en su totalidad. La participación activa es una de las aspiraciones que para concretarse, debe recurrir necesariamente a la movilización de las fuerzas creadoras del individuo y de la comunidad toda. Pero, a esas tendencias y aspiraciones se oponen factores negativos y alienantes consecuencia del sistema de vida que llevamos que de alguna manera se identifica con los términos sociedad de consumo y globalización.
Solo un cambio profundo, generoso y humilde de ideas podrá permitir encauzar una política cultural y educacional al servicio de las verdaderas necesidades de la comunidad.
En estos últimos tiempos, con una postura propia menos psicologista y con mayor experiencia en otros conceptos que hacen a la integralidad del ser humano; mi manera de trabajar en el entrenamiento de desentonados y educativamente en general, se ha hecho más rápida y efectiva. Siempre pensé, por contrario a la antropología tradicional, que el punto de evolución que significaba el paso de primate a homo sapiens, no era el uso de herramientas (teoría que a mi punto de vista quedaba demostrada, porque todos los monos superiores: gorilas, orangutanes y chimpancés, también usaban de ellas y hasta ahora nadie les había declarado nuevos hombres). Muchas veces, dando clase a mis alumnos de la escuela de teatro, les manifesté que creía que el “homo” se había hecho “sapiens” cuando un primate tomó conciencia de que al tocar a otro de sus pares, percibía la tibieza de la piel, su elasticidad y su turgencia y que esto le producía un enorme placer; tan grande como el de sentirse tocado.
Hace un tiempo, leí en una revista de información científica, que un grupo de investigadores estadounidenses estaban trabajando con la postura de que era imprescindible para el hombre, por sus características fisiológicas, acariciar y ser acariciado.
Esta postura, digámosle bio-filosófica, cambió mi práctica en el entrenamiento de desentonados y la hizo mucho más certera y efectiva, obligándome a perder mucho menos tiempo de trabajo y obteniendo logros más contundentes, porque en realidad los hechos traumáticos clasificados convergieron al área de la afectividad.
Esto me llevó a comprender que la seguridad de lo trabajado era verdadera, porque el cambio estaba en mi.
La orientación psicológica del alumno, se basa en conducirlo hacia la comprensión de una idea fundamental: es necesario tomar conciencia de que la caridad empieza por casa y que no se puede amar sanamente a nadie, ni expresarse con libertad, si no se comienza por el amor a uno mismo. Las llaves que entrego son siempre las mismas: el convencimiento de lo que afirmo (vos podés), la pregunta crucial (¿vos querés?) y la respuesta fundamental (¡sí, quiero!).
Sostengo y sostendré que el lenguaje musical no está negado a nadie. Que todos los seres humanos precisamos de él para estar y sentirnos completos. Que los problemas emocionales pueden incidir en la expresión oral de la música desde la más tierna infancia. Que con la ayuda del conocimiento interior y de una correcta metodología musical aplicada se pueden conseguir resultados satisfactorios en las personas con deficiencia en el oído expresivo. Que los niveles de expresión y comunicación se dan en diferentes formas y todos ellos son necesarios para la vida de relación del hombre hacia el exterior y hacia el interior de sí mismo. Que el lenguaje musical no es patrimonio de ciertos elegidos, como proclaman las teorías educativas románticas, sino que con una correcta conducción, a él pueden acceder todos los seres humanos que así lo deseen.


Bibliografía de base


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Willems, Edgar, El valor humano de la educación musical.
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Currículum Vitae del autor
(en apretada síntesis)


Carlos Castro nació en Rufino (provincia de Santa Fe) el 2 de diciembre de 1943.
Cantante, pianista, compositor, docente. Se ha desempeñado como actor y director teatral. Ha dictado cursos, conferencias y seminarios a nivel oficial y privado. Ha ofrecido espectáculos, recitales y conciertos en nuestro país y en el exterior. Ha creado música para niños, popular, de recreación folklórica, sinfónico-coral, de cámara, para cine y para teatro. Ha participado de cursos, seminarios, conferencias y congresos nacionales e internacionales sobre su especialidad. Ha publicado notas y ensayos y producido libros sobre pedagogía, didáctica musical y música tradicional argentina. Se ha desempeñado como jurado en diversos y múltiples torneos musicales.
Inició su carrera docente como maestro de Educación Musical en jardines de infantes, preescolares y escuelas primarias, secundarias y especiales de la Provincia de Santa Fe.
Desde 1971 es maestro especializado en Educación Musical, egresado del Instituto Superior del Magisterio N.º 14 de Rosario.
Desde 1978 es Profesor Nacional de Música especializado en composición, egresado de la Escuela de Música de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (1978), en donde ha dictado cátedra en Educación Audioperceptiva I y II, Folklore Musical Argentino, conducido los seminarios de Música Folklórica Argentina e Improvisación en Música y Movimiento y desempeñado como Secretario de Extensión Cultural, habiendo sido además, miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Humanidades y Artes.
Ha sido profesor itinerante dictando cursos de su especialidad para la Dirección Nacional de Música.
Ha conducido las cátedras de Audioperceptiva I, II y III, Folklore Musical Argentino I y II , Flauta Dulce I y II, Análisis y Composición I y II, Historia de la Música I, Conjunto Instrumental I y II y Piano I, II y III en el Profesorado de Música del Instituto Superior de Profesorado N.º 7 y N.º 18 de Rufino (provincia de Santa Fe)
Ha sido director reorganizador de la Escuela Municipal de Música de Rufino (provincia de Santa Fe).
Ha dictado las cátedras de Didáctica de la Música en los profesorados pre-primarios y primarios del Instituto Misericordia de Rufino y del Instituto Superior de Profesorado N.º 7 de Venado Tuerto (provincia de Santa Fe).
Ha dictado la cátedra de Iniciación Musical I y II, en la carrera de Musicoterapia en el Instituto del Paraná (Rosario).
Ha sido hasta la finalización de su ciclo, profesor de Educación Audioperceptiva I y II, Técnica Vocal y Canto, y Armonía, en el curso de Capacitación Docente en Educación Musical en el Instituto Superior del Magisterio N.º 14 de Rosario.
Se desempeña como profesor titular de Historia de la Música Argentina, profesor del Taller de Lecto-escritura Musical, codirector del Taller de Música Argentina y Latinoamericana y docente a cargo del taller de educación audio-perceptiva del Instituto Provincial del Profesorado de Música de Rosario.
Es profesor titular de las cátedras de Rítmica Musical I y II y Música para la Formación del Actor I y II, en el Instituto Provincial de Teatro y Títeres de Rosario.
Conduce la cátedra de música aplicada (carrera de locución) en el Instituto Superior de Educación Técnica N.º 19 de Rosario.
Conduce las cátedras de Organología I y II e Introducción a la Etno-musicología en la Licenciatura en Musicoterapia, de la Facultad de Psicología de la Universidad Abierta Interamericana de Rosario.
En agosto de 1998 se desempeñó como profesor a cargo del Curso anual “El coro en el aula”, organizado por la Secretaría de Cultura de la Universidad Nacional de Rosario y la Escuela Municipal de Música.
Durante los años 1998 al 2003 integró grupos interdisciplinarios en Educación Artística designado por la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe y el Departamento de Coordinación de Perfeccionamiento Docente, para dictar talleres de la especialidad a docentes de la EGB.
Actualmente es miembro jurado de los concursos de Educación Artística a nivel terciario, organizados por el Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe.
Es director, preparador vocal y arreglador del Coro Mixto Scholem Aleijem del Centro Cultural Israelita de Rosario.
Es director y arreglador del Coro Mixto Folklórico Argentino, del Instituto Provincial del Profesorado de Música de Rosario.


Ha publicado:
Por qué existe gente desentonada (ensayo), Departamento de Publicaciones e Investigaciones de la ENT (Escuela Nacional de Títeres), Rosario, 1978.
Canciones para títeres y titiriteros, Departamento de Publicaciones e Investigaciones ENT, Rosario, 1978.
“Memorias criollas de mi abuelo gringo” (ensayo), Revista Argentina de Política Cultural, 1989.
Las canciones que enseñé a mis chicos, cancionero didáctico para el EI y EGB, Departamento de Publicaciones del Instituto Superior de Educación Técnica (ISET) N.º 18, 1996.
Tres dancitas argentinas, en Pianistas de Rosario, CD publicado por la Editorial Municipal de Rosario, 1997.
Tangábile y Fugado, en Opus, Instituto Provincial del Profesorado de Música (IPPM), 1998.
Cancionero, cancionero didáctico para Educación Inicial y Educación General Básica, Homo Sapiens, Rosario, 1998.
El color de la patria (cantata popular a la bandera, para solista, coro y orquesta), CD publicado por la Editorial Municipal de Rosario, 2001.
“La violencia, motor de la creación”, artículo en Del arte ante la violencia de Gustavo Gauna, Nueva Generación, Neuquén, 2001.

En vías de publicar:

La música tradicional de los argentinos (2 tomos y CD), emprendimiento de Editorial Homo Sapiens y Editorial Municipal de Rosario.

Inéditos:


¡A cantar! (guía didáctica y arreglos corales a 2 y 3 voces para niños, adolescentes y adultos).
Enseñanza musical programada (una metodología distinta para iniciar en la composición musical)

E-mail: carloscastro02@arnet.com.ar

Hecho el depósito en el Registro Público de Propiedad Intelectual.

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